Hoy me han regalado esta muñeca. El caso es que, si me fijo bien, se parece algo a mí. Por lo pronto, en los pies grandes. Me da que esa mirada impertérrita ante el vértigo también me suena. Obvio, la ausencia de boca en las alturas. Y, cómo no, ese balanceo a solas por debajo de la luz. Un vicio como otro cualquiera.
La verdad es que nunca me entusiasmaron las muñecas. Yo simplemente «jugaba en secreto», como me confirmó un día Alejandro Dolina. Abusando de los dedos, de la opacidad de los cristales y de una mente propensa a ser más contenido que continente. Pero hoy colgué la muñeca en la lámpara y lo vi claro. Se puede reconciliar el pasado con el futuro sin intermediación o interferencias del presente. Al menos hoy aprendí algo y, solamente por eso, la señorita Mouthless —ya hasta le puse nombre— merece ocupar un sitio en mi mazmorra. El sitio del silencio y sus tambores de guerra.
Te lo dije. Tal vez nunca nos devuelvan los mundos de juguete, pero nada nos impide darles vueltas y vueltas con aquella primera sonrisa agridulce que nunca perderemos. Porque a veces no se distingue si la esperanza es un medio o un fin. Y demás vísceras rellenando neuronas.
C’est la vie. Me estreno jugando con muñecas.
Aránzazu.

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