La pasada Feria del Libro me trajo, al fin, la oportunidad de conseguir una edición especial de unos textos que llevaba buscando desde hacía bastante tiempo. Se trata de una edición a modo de facsímil conmemorativa del centenario de la publicación de Meditaciones del Quijote en 1914, obra de Ortega y Gasset, que salió por primera vez a imprenta en las publicaciones de la Residencia de Estudiantes.
Meditaciones del Quijote es un ensayo filosófico que Ortega dio a luz como preámbulo —inacabado finalmente— de su posterior y famosa teoría del Yo soy yo y mis circunstancias, aquella que exponía, por resumirlo de alguna manera, que se ha de llegar a la verdad a partir de la circunstancia subjetiva del individuo, que es la base del acto del Ser. En este breve discurso el filósofo trata de analizar la idea del héroe tomando como referencia la simbología idealista de Don Quijote. Esta noche he vuelto a pasear por algunos fragmentos —recogidos aquí en el blog— que, ya en su día, se me quedaron grabados en mi bien llamada memoria de la dignidad.
Porque, a propósito de Ortega, de El Quijote y de la concepción de la supervivencia, quizá sea en esa desesperación por la que transitan los distintos grados de locura donde resida la manera humana de luchar contra la desidia de la rutina tangible, así como contra el dolor y la costumbre. Es como una forma de resistir frente a la existencia: es poder llegar a la vida, y no al revés; poder atravesarla desde la certeza de sabernos creadores de nuestro propio sentido.
La trágica ilusión por cambiar los límites de nuestro alcance emocional podría ser el punto de partida para cualquier héroe anónimo que afronta la experiencia de vivir en su conciencia. Por eso siento que este tipo de heroicidad va unida irremediablemente al sufrimiento durante esa búsqueda constante de nuevos horizontes y ese deseo de alcanzar el mundo íntimo del sueño en el acto más cotidiano. Merece la pena el reto. Es pregunta. Y, por mi parte, también es afirmación.
La señorita Mouthless habita mi cerebro cortando hilos, restos, muescas, fronteras. Es su forma de erguir el eje que une la mente y el corazón.
Aránzazu.
Aránzazu.
Fragmentos de Meditaciones del Quijote, de Ortega y Gasset (1914):
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| (Imagen: Clinging to Hope, de la artista Aimee Stewart) |
«Cuando hemos llegado hasta los barrios bajos del pesimismo y no hallamos nada en el universo que nos parezca una afirmación capaz de salvarnos, se vuelven los ojos hacia las menudas cosas del vivir cotidiano -como los moribundos recuerdan al punto de la muerte toda suerte de nimiedades que les acaecieron-. Vemos, entonces que no son las grandes cosas, los grandes placeres ni las grandes ambiciones que nos retienen sobre el haz de la vida, sino este minuto de bienestar junto a un hogar en invierno, esta grata sensación de una copa de licor que bebemos, aquella manera de pisar el suelo, cuando camina, de una moza gentil, que no amamos ni conocemos, tal ingeniosidad que el amigo ingenioso nos dice con su buena voz de costumbre. Me parece muy humano el suceso de quien, desesperado, fue a ahorcarse a un árbol, y cuando se echaba la cuerda al cuello, sintió el aroma de una rosa que abría al pie del tronco, y no se ahorcó.
(...)
Existen hombres decididos a no contentarse con la realidad. Aspiran los tales que las cosas lleven un curso distinto: se niegan a repetir los gestos que la costumbre, la tradición, y en resumen, los instintos biológicos les fuerzan a hacer. Estos hombres llamamos héroes. Porque ser héroe consiste en ser uno, uno mismo. Si nos resistimos a que la herencia, a que lo circunstante nos impongan unas acciones determinadas, es que buscamos asentar en nosotros, y sólo en nosotros, el origen de nuestros actos. Cuando el héroe quiere, no son los antepasados en él o los usos del presente quienes quieren, sino él mismo. Y este querer ser él mismo es la heroicidad. No creo que exista especie de originalidad más profunda que esta originalidad «práctica», activa del héroe. Su vida es una perpetua resistencia a lo habitual y consueto. Cada movimiento que hace ha necesitado primero vencer a la costumbre e inventar una nueva manera de gesto. Una vida así es un perenne dolor, un constante desgarrarse de aquella parte de sí mismo rendida al hábito, prisionera de la materia».

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