domingo, 11 de septiembre de 2022

«Le trou» (Jacques Becker, 1960)




      

      A menudo el arte nos conduce a terrenos insondables a través de la emoción o una detonación espiritual. En otras ocasiones, es un simple teatro en donde tu memoria está actuando a través de la abstracción. Pero sucede a veces algo diferente. Como una declaración interna; una constatación. Descubres, a través de él, un eslabón de la historia, una puerta que va desde ti hacia la otredad. Un hallazgo necesario para sentirte parte de algo y para entender el enlace de las horas y las cosas. El tiempo, con su artificio y tu mirada, deposita en el arte todo lo que no sabe enterrar con la muerte. 

      Hoy traigo La evasión (Le trou, su título original), película dirigida en 1960 por el francés Jacques Becker. Se trata de una adaptación de la novela Le trou, con la que debutó José Giovanni en 1957 y que versa sobre su propia fuga de la prisión de La Santé en 1947.
La base del argumento de la película es, en mi opinión, la solidez y el equilibrio que da el compañerismo establecido en un grupo de individuos encarcelados que han planificado una fuga. El punto de partida es la llegada de un nuevo inquilino a la celda compartida por el grupo de presos veteranos. A partir de ahí, la trama ejecuta una elegante disección de las relaciones humanas y la dureza de la supervivencia en circunstancias tan complejas. Admito que, en general, las tramas carcelarias y las evasiones me están apasionando (gracias a La gran evasión, Un profeta y El ejército de las sombras). Pero esta joya del cine francés que dirigió Becker es la que particularmente me ha conquistado.

       Le trou se aleja de la solemnidad y del poso mágico en lo intangible. Es una película pequeña pero robusta, de ésas capaces de navegar el argumento a velocidad constante y de conceder al instante —aislado, encapsulado, protegido— un papel esencial, siempre ajeno al resto de parámetros que conforman una trama. Me suelen gustar más las películas en las que que el autor orienta el argumento para dar protagonismo no solamente al contenido, sino muy especialmente a la forma: la gestualidad, los silencios, la textura de la luz y de la sombra, el juego fotográfico. Que la parte merezca la pena más allá de un todo y de un contexto, en definitiva. Y para eso es importante que se nos quiera mostrar algo concreto, detenerse en ello el tiempo que haga falta y hacernos cómplices a los espectadores. No es tan fácil.
      Becker, en este sentido, propone una seca puesta en escena acompañada de una poética del gesto que trabaja muy bien la conducción de personajes. Esa poética difiere bastante de la sentimentalidad y entronca más con la emoción descubierta por el ejercicio mental y la capacidad de observación.

      La coherencia general del montaje viene expresada a través del suspense y la atención constante a los detalles. Esa minuciosidad en el realismo de determinadas escenas podría adherirse a una variante del cine documental, pero no así el conjunto de la obra. Muy característico de la película es el gusto por lo artesanal. Desde la forma en que la cámara te acerca al trabajo manual de los presos a la hora de cavar, martillear o inventar herramientas—especialmente el personaje de Roland— hasta la meticulosidad del plan de fuga, milimétricamente estudiado y ejecutado con la templanza necesaria en cada momento. Los protagonistas tienen un objetivo, pero el camino hacia el éxito es un arduo y fino trabajo de compenetración, concentración, paciencia y solvencia. Igual que un oficio.

      Se agradece, por otro lado, la utilización de transiciones patentes pero sencillas, el movimiento pausado de la iluminación, así como la no necesidad de utilizar música ni demasiados golpes de efecto. La película te lleva de la mano sola, sabe mantenerte en vilo sin recursos ostentosos y con una sensación continua de acción aun en momentos lentos que te absorben por completo de manera inteligente. Es curioso cómo el sonido repetitivo de los golpes nunca se hace pesado y cómo la mecánica de la rutina de los presos durante la ejecución del plan tampoco resta interés a la película.
Cabe destacar que casi todos los personajes que habitan la cárcel son bastante atípicos, tanto los presos como los guardias. Se presentan relaciones bastante civilizadas y alejadas de los estereotipos carcelarios de violencia y sordidez. Se respira crudeza y una realidad agónica, pero neutralizadas por el valor de la dignidad y la lealtad. 

      Aunque la esperada vuelta de tuerca y la resolución de la trama son brutales, lo realmente importante es la forma en que la dirección y la soberbia actuación de los protagonistas te hacen partícipe de la hazaña desde el inicio. Dejando a un lado el imprevisible impacto del final, me gusta cómo la historia te va quitando algunas vendas de forma sutil. Te sienta, te cuenta, te implica y te palpa la conciencia para que sientas la verdad sin necesidad de elegir un bando. Ya estás metido en la victoria y en la derrota. Ya eres culpable o inocente de algo. Se trata de encajar en un equipo como una pieza más, pero esencial. La vida se mezcla muchas veces con los demonios del infierno y pocas veces el honor sale bien parado. De eso va esta película. Y del sacrificio de cada historia personal a favor de una última oportunidad.

      Esta ciudad fue condenada a ser invierno y escenario. Trabaja duramente en esculpirnos la esperanza. Pero la señorita Mouthless y yo compartimos mazmorra y butaca en el olvido. Desde que huimos hacia la tristeza la vida nos ha prestado todas las pantallas de cine que caben en nuestro inmoderado corazón.

Aránzazu.


martes, 1 de marzo de 2022

El más disparatado pero leal emisario

«SALUTACIÓN 

     Siempre vivimos frente a un río de dos orillas. La de enfrente para toda nuestra vida, nuestro pensar y nuestro mirar es América. Figuraos si tendré ganas de llegar ahí cuando ha sido ése el paisaje que he estado contemplando a través de los años sentado en mi mesa, esperando la hora de tomar la barquita...
Lo que marcaba la perspectiva de lo que iba haciendo es lo que me escribían desde esa otra orilla. Así desde que se inició mi literatura tengo ahí unos amigos correspondientes en las mismas corazonadas y con los mismos atisbos, a los que ahora voy a abrazar. Yo que recorrí con algunos las viejas calles de Segovia y de Madrid voy a recorrer ahora las jóvenes calles de Buenos Aires cuyo arte y cuya luz están tan admirablemente radiadas por Jorge Luis Borges y después haré viajes en los trenes que van medio por el cielo, medio por la tierra, para sentirme en el palpitante tobogán que con tanta emoción ha descrito Güiraldes. 
Esa facilidad para la imagen que hay en los ojos funambúlicos de Girondo —100 revoluciones al segundo— y en los cuarenta grados de fiebre de Alberto Hidalgo, quiero exponerme yo a experimentarla andando también por el alambre de ese meridiano. Voy a comprobar en la Argentina el mundo de enfrente, donde se habla la palabra en que nacimos, con la misma claridad y con una esperanza que está más en su mediodía. No voy en tono profético ni revelador. Voy como adánico emisario que sólo ha aspirado siempre a devolver algo de su espontaneidad a una naturaleza que era eminentemente espontánea. 

Voy también a reunir dos emociones distantes. La de aquella inolvidable revista Don Quijote que tan vivaz gesto hizo a mi infancia en aquellos tomos encuadernados en fuerte piel de becerro por aquel pariente que había vivido mucho en la Argentina y la de este MARTIN FIERRO que, aunque ya se sabe que su Clavileño pace en las Vías Lácteas, tiene un sabor zumbón libre y desgarrado de buen descendiente argentino. 
Mis conferencias son las que me ha dictado mi tiempo y voy con ellas a dar mi visión particular del mundo. La menos oficial de las visiones, la más inacabada. No voy a revelar nada trascendental, pero voy a tener una actitud libre y heroica en mi arbitrariedad. Voy a mostrarme, en fin, tal como me conocéis y me suponéis. 
Soy en realidad el primer condiscípulo literario de esas juventudes y siento entusiasmado el milagro de que silenciosa y desinteresadamente se encuentren junto a mí los jóvenes que más protestan de todo y para los que será difícil encontrar un emisario español. 
En la velada literaria yo voy a recoger esa culminante alegría que hay en la cinta cinematográfica cuando el condiscípulo del colegio lejano se hospeda en casa del hijo de los próceres y el padre y la madre encuentran en tal huésped un parentesco que crea esa simpatía del adolescente en plena rebeldía para todo, menos para el condiscípulo predilecto. 

¡Mucha luz en el hall argentino para filmar ese acontecimiento por primera vez sincero y sin etiqueta, al margen de las academias y los profesores, en la vacación, en la más pura hora de asueto! 
Soy el menos oficial de los emisarios, soy quizás el más disparatado, pero soy de los más leales, sin que piense hacer campanuda mi voz al hablaros y mostraros mi sencilla prestidigitación. 
Cuando parece que hay que ir a visitaros con las grandes gafas de carey, yo voy a ir con mi risueño monóculo sin cristal, buscando la confianza del humorismo criollo, fraternizando en la misma fiesta de escepticismo y campechanía y recordando a mis compatriotas la eterna bohemia y el eterno sarcasmo español. Yo, que busco lo que de más humano, pintoresco y almado hay bajo los empaques, sé que he de encontrar el espíritu incrédulo en que más se redime el hombre y en cuyas bromas se liberta de las grotescas seriedades, seriedades indignas de los que han de pasar por el embrome de la muerte, que todo lo echa a barato y es pataleta verdadera de clown. 
Yo voy buscando eso que es la principal virtud del pueblo nuevo y original, su desobediencia a esa solemnidad ya del todo desprestigiada en la vieja Europa y que no debe ser entronizada en ningún sitio, porque no hay nada que haga más esclavo al hombre. 
Lo nuevo tiene que resplandecer en América donde no hay ningún viejo fanatismo que detenga la aurora esperada. Yo voy a augurar con vuestros augures ese nacimiento, a gritar esa epifanía, a festejar el preámbulo, a proclamar el respeto que merece el advenimiento que va a consagrarse en esa meridianidad en que se congrega de nuevo la rediamantina luz de la mañana griega para que se plasme un nuevo arte, ciñendo la túnica, más inconsútil y macerada que nunca del nuevo estilo, a la desnudez de la Venus nueva recién parida por los mares siempre nuevos».

Mensaje de Ramón Gómez de la Serna al periódico Martín Fierro, antes de viajar a Buenos Aires. Ramón canceló luego este viaje. Visitaría la Argentina por primera vez en 1931, antes de radicarse definitivamente aquí en 1936. 

(Fotografia tomada del archivo de Cielo Naranja*)


     Cómo me gustaría vislumbrar por una mirilla las conversaciones que mantuvieron Ramón Gómez de la Serna y su gran amigo Oliverio Girondo, compañero en la Argentina durante el exilio del español. Poder asistir a toda clase de elucubraciones en sus horas de asueto, cuando la genialidad y el humor regalaría a las callecitas porteñas un espectáculo tremendamente apetecible. Dos símbolos de la vanguardia literaria reunidos en el tiempo y en el espacio. Ya impagable sería que también, asiduamente, se presentara Borges, figura que daría el toque circunspecto al momento. Un cuadro que no tendría competencia. 

Siempre he admirado la literatura que dignifica el absurdo como elemento primario de la introspección que va a desembocar en un surrealismo —transitable o no—empapado de pasiones y suciedades que despiertan en mí una querencia insobornable. De ahí que el dúo formado por Girondo y Gómez de la Serna me resulte tan esencial, aun conservando cada uno su particular estilo. Pero se acercan mucho, justo ahí en ese punto en que el ritmo narrativo nos eleva los pulmones en un arquetipo de la risa tan amable como voraz. Comunión con el lector siempre entre bambalinas. El humor como maná impetuoso de un desesperado acto de soledad. La magia del lenguaje recobra así una envoltura del miedo que nos sabe abrazar.
Me gusta mucho la vitalidad que rezuma esta misiva y en la que se puede apreciar el amor hacia el vínculo que conecta dos orillas coetáneas en el fulgor de las vanguardias. Cada orilla con su frente, su idiosincrasia y su vigor contextual. Vínculo tan fraternal como intelectual.

La señorita Mouthless y yo escuchamos alertadas el regreso de la nada. Madrid cabecea, sueña, se pierde en la humareda de otro siglo en el que nos enamoró. 
Hay que buscar nuevas mirillas por las calles.
Y tropezar con otro lenguaje. 


Aránzazu.


*En la fotografía podemos ver: 
De pie, de izquierda a derecha: Eduardo J. Bullrich, Jorge Luis Borges, Francisco Romero, Eduardo Mallea, Enrique Bullrich, Victoria Ocampo y Ramón Gómez de la Serna. 
Sentados, de izquierda a derecha: Pedro Henríquez Ureña, Norah Borges, Oliverio Girondo, María Rosa Oliver, Ernest Ansermer y Guillermo de Torre. 

domingo, 6 de febrero de 2022

Nuestro corazón reparte los acentos


      «La verdad, lo real, el universo, la vida -como queráis llamarlo- se quiebra en facetas innumerables, en vertientes sin cuento, cada una de las cuales da hacia un individuo. Si éste ha sabido ser fiel a su punto de vista, si ha resistido a la eterna seducción de cambiar su retina por otra imaginaria, lo que ve será un aspecto real del mundo. Y viceversa: cada hombre tiene una misión de verdad. Donde está mi pupila no está otra; lo que de la realidad ve mi pupila no lo ve otra. Somos insustituibles, somos necesarios. Dentro de la humanidad cada raza, dentro de cada raza cada individuo es un órgano de percepción distinto de todos los demás y como un tentáculo que llega a trozos de universo para los otros inasequibles. La realidad, pues, se ofrece en perspectivas individuales. Lo que para uno está en último plano, se halla para otro en primer término. El paisaje ordena sus tamaños y sus distancias de acuerdo con nuestra retina, y nuestro corazón reparte los acentos. La perspectiva visual y la intelectual se complican con la perspectiva de la valoración».



Fragmento de las crónicas de El Espectador
(José Ortega y Gasset, 1916-1935)



(Ilustración: Ashes of humanity, de ~voodoomind)

.
      Somos el epicentro del paisaje. Servimos de espejo a una realidad conmensurable y atada a unas coordenadas implacables e inherentes al tiempo. El propio. Y nuestra víscera más voluntarista —el corazón— no podrá nunca abarcar la verdad ni el conocimiento supeditado a una distancia impresa en nuestros genes.

Madrid tiende hoy sus tentáculos hacia dentro. Está íntima, como desnudando su fábula emocional sin que nadie la descubra. A veces la envidio, es tan infinita su sospecha.


Aránzazu.

sábado, 5 de febrero de 2022

Trágico combate


      «La mente busca lo muerto pues lo vivo se le escapa; quiere cuajar en témpanos la corriente fugitiva, quiere fijarla. Para analizar un cuerpo, hay que menguarlo o destruirlo. Para comprender algo hay que matarlo, enrigidecerlo en la mente. La ciencia es un cementerio de ideas muertas, aunque de ellas salga vida. También los gusanos se alimentan de cadáveres. Mis propios pensamientos tumultuosos y agitados en los senos de mi mente, desgajados de su raíz cordial, vertidos a este papel y fijados en él en formas inalterables, son ya cadáveres de pensamientos. ¿Cómo pues, va a abrirse la razón a la revelación de la vida? Es un trágico combate, es el fondo de la tragedia, el combate de la vida con la razón».

Fragmento de Del sentimiento trágico de la vida 
(Miguel de Unamuno) 

(Pintura elegida: Sombras que guían la luz, de Israel Zzepda)



      Y de ese combate, de esa desesperación que nos hace oler la muerte en cada pedazo de nuestra conciencia, surge luego la necesidad solidaria de una esperanza. El combate como origen moral de nuestra condición humana; eso dice Unamuno. Así sucede siempre, porque todo tiene sentido desde la única realidad originaria de la evolución de las ideas, de la lucha de sentimientos y del devenir íntimo del ser humano: la complementariedad, el yo y sus contrarios. 

Nunca podría elegir entre el corazón y la razón. 
Madrid no sabe, no contesta. Solamente comprende.
Pero sé que también se queda con los dos.

Aránzazu.

jueves, 15 de noviembre de 2018

Un barquito de papel circulando por las tuberías de una gran ciudad


     Lo meto en el bolso. Por si acaso, el perfume, un papel, la pinza. Y, por si acaso, Manolo Marcos. Porque Tácticas de payaso ha sido un descubrimiento. De los que generan inspiración. Sucede tan poco que, cuando lo encuentras, lo atesoras. Por si acaso pudiera abrir algún cerrojo, las manoseadas sienes o alguna vena, sin necesidad de la sentimentalidad recurrente del espejo. O por el puro placer de amar el lenguaje por sí mismo a través del intrincado juego que te propone el autor. 
       Es un barquito de papel circulando por las tuberías de una gran ciudad. Y no quiere ser interrumpido en la velocidad de esa aventura, me temo. Con ese acento vanguardista del sombrerero y su entraña abstracta, el pulso embotellado en el mensaje, la música (in crescendo) del que es creador. Te mira de reojo. Hace del gargarismo un romanticismo casi ancestral. Tácticas de seducción y evasión —dos palabras ya suyas— donde el ego tiene el único bozal permitido: el de la sátira. 

«Porque hay preguntas que sólo 
pueden responderse a golpes». 

       Por no encontrar a quien encuentre buenas preguntas a nuestras respuestas, me digo. 

«Con mi pena tartesia 
me compongo, pleno de dudas, 
y la necesidad de tragarme una escopeta».

       Lo anterior lo desliza con un chorro de voz encriptada en la revolución de las persianas. 

       Ese barquito ya se me ha instalado en el imaginario insurrecto que circula por los entresijos de lo táctil. Con ese poso surrealista que tanto me aporta. Esto último es, para mí, lo mejor. Una bocanada de posibilidades para la literatura. Gracias.

      Dejo aquí el poema Tratado ridículo de antropología, incluido en el libro Tácticas de payaso (Ediciones Tigres de papel, 2015), de Manolo Marcos

«El hombre meteorito, el hombre acémila,
con su pulga mayúscula deambula
hecho de firmamento y suela de zapato 
por enteros océanos, no va
a ningún desierto sin paraguas.
Minoría descomunal
este hombre compuesto 
de horizonte desnudo que pierde la memoria. 
Tanta altura brillante
o
lágrima de arena 
se acabará algún día,
y fijaremos nuestra residencia
en la primera duna que veamos
por riguroso orden de resurrección.
Amo por tanto su neurona triste».


       Ya Madrid se ha disuelto feliz en la marabunta de los archipiélagos que pueblan su consciencia más disparatada. Entretanto, la señorita Mouthless y yo vamos trazando el mapa de las asiduidades más confusas y latentes de la cabalidad.
       
(Imagen tomada de la página del libro en Facebook)


       

martes, 13 de noviembre de 2018

Un desencanto atemperado por la imaginación

     
     Te lleva sigilosamente a su terreno sin que te des cuenta. Algo especialmente admirable en el terreno literario. Te da un toquecito en el hombro —como quien pasa por ahí y saluda discretamente, por detrás— y al girarte ya estás completamente metido en su universo. ¡Tachán! Un universo propio que conserva ese valor de las cosas que no se pueden imitar. Ese sello distinguible de Jerónimo, confirmado también en sus dibujos, se traduce para mí en una suerte de desencanto atemperado por la imaginación (y viceversa), mientras que una picardía indomable va hilando la rutina con los pasos mágicos de cada personaje que lleva prendido en la solapa. O en el corazón. Quién sabe. Este libro, titulado El ángel con alApecia, abraza ya desde el ángel que ha dibujado él en su portada. Por eso lo mantengo cerca. En papel, sin la inmediatez difusa que a veces entorpece el mensaje. Como una parte más de mi casa. Estoy en ese punto donde lo que más miedo me da de la vejez es que no me dejen salir al patio a jugar con mis compañeros, dice. Ahí salté. Como un resorte. No podría resumir mejor una forma de mirar. Como dice Alejandro Dolina: hay que jugar siempre. Y en secreto. 
       
       Antología de relatos y cuentos cortos de ficción y realidades paralelas en clave de humor y poesía, según reza en la reseña. Y como dice la portada, son cuentos para pobres, locos y niñ@s. Lo importante: lo ha escrito Jerónimo Mejías. Y va a ser un viaje precisamente de humor y poesía fabulística, pues me temo que solamente él sabe mezclar las dos cosas. Quería decir esto último, precisamente porque valoro mucho en Jerónimo la capacidad de acomodar el humor en el cuento de una forma tan natural. Gracias, jeromejías*. 

       Jerónimo, además, habla otro lenguaje que ha cuidado y mantenido a lo largo de los años. Lo expresa con las manos. Aquí traigo una de sus ilustraciones. Es mi favorita, de las primeras que conocí:



(Descosido en el cielo, de Jerónimo Mejías)

(Portada de El ángel con alApecia. Dejo el enlace de compra en el título)


(*) jeromejías era el nick que tenía Jerónimo cuando nos conocimos en un foro entrañable que existía hace muchos años. Me gusta recordarlo.

martes, 16 de diciembre de 2014

¿Estás dispuesto a ser un héroe?

        La pasada Feria del Libro me trajo, al fin, la oportunidad de conseguir una edición especial de unos textos que llevaba buscando desde hacía bastante tiempo. Se trata de una edición a modo de facsímil conmemorativa del centenario de la publicación de Meditaciones del Quijote en 1914, obra de Ortega y Gasset, que salió por primera vez a imprenta en las publicaciones de la Residencia de Estudiantes.

Meditaciones del Quijote es un ensayo filosófico que Ortega dio a luz como preámbulo —inacabado finalmente— de su posterior y famosa teoría del Yo soy yo y mis circunstancias, aquella que exponía, por resumirlo de alguna manera, que se ha de llegar a la verdad a partir de la circunstancia subjetiva del individuo, que es la base del acto del Ser. En este breve discurso el filósofo trata de analizar la idea del héroe tomando como referencia la simbología idealista de Don Quijote. Esta noche he vuelto a pasear por algunos fragmentos —recogidos aquí en el blog— que, ya en su día, se me quedaron grabados en mi bien llamada memoria de la dignidad.

Porque, a propósito de Ortega, de El Quijote y de la concepción de la supervivencia, quizá sea en esa desesperación por la que transitan los distintos grados de locura donde resida la manera humana de luchar contra la desidia de la rutina tangible, así como contra el dolor y la costumbre. Es como una forma de resistir frente a la existencia: es poder llegar a la vida, y no al revés; poder atravesarla desde la certeza de sabernos creadores de nuestro propio sentido.
La trágica ilusión por cambiar los límites de nuestro alcance emocional podría ser el punto de partida para cualquier héroe anónimo que afronta la experiencia de vivir en su conciencia. Por eso siento que este tipo de heroicidad va unida irremediablemente al sufrimiento durante esa búsqueda constante de nuevos horizontes y ese deseo de alcanzar el mundo íntimo del sueño en el acto más cotidiano. Merece la pena el reto. Es pregunta. Y, por mi parte, también es afirmación.

La señorita Mouthless habita mi cerebro cortando hilos, restos, muescas, fronteras. Es su forma de erguir el eje que une la mente y el corazón.

Aránzazu.


Fragmentos de Meditaciones del Quijote, de Ortega y Gasset (1914):

(Imagen: Clinging to Hope, de la artista Aimee Stewart)
        
        «Cuando hemos llegado hasta los barrios bajos del pesimismo y no hallamos nada en el universo que nos parezca una afirmación capaz de salvarnos, se vuelven los ojos hacia las menudas cosas del vivir cotidiano -como los moribundos recuerdan al punto de la muerte toda suerte de nimiedades que les acaecieron-. Vemos, entonces que no son las grandes cosas, los grandes placeres ni las grandes ambiciones que nos retienen sobre el haz de la vida, sino este minuto de bienestar junto a un hogar en invierno, esta grata sensación de una copa de licor que bebemos, aquella manera de pisar el suelo, cuando camina, de una moza gentil, que no amamos ni conocemos, tal ingeniosidad que el amigo ingenioso nos dice con su buena voz de costumbre. Me parece muy humano el suceso de quien, desesperado, fue a ahorcarse a un árbol, y cuando se echaba la cuerda al cuello, sintió el aroma de una rosa que abría al pie del tronco, y no se ahorcó. (...) 

Existen hombres decididos a no contentarse con la realidad. Aspiran los tales que las cosas lleven un curso distinto: se niegan a repetir los gestos que la costumbre, la tradición, y en resumen, los instintos biológicos les fuerzan a hacer. Estos hombres llamamos héroes. Porque ser héroe consiste en ser uno, uno mismo. Si nos resistimos a que la herencia, a que lo circunstante nos impongan unas acciones determinadas, es que buscamos asentar en nosotros, y sólo en nosotros, el origen de nuestros actos. Cuando el héroe quiere, no son los antepasados en él o los usos del presente quienes quieren, sino él mismo. Y este querer ser él mismo es la heroicidad. No creo que exista especie de originalidad más profunda que esta originalidad «práctica», activa del héroe. Su vida es una perpetua resistencia a lo habitual y consueto. Cada movimiento que hace ha necesitado primero vencer a la costumbre e inventar una nueva manera de gesto. Una vida así es un perenne dolor, un constante desgarrarse de aquella parte de sí mismo rendida al hábito, prisionera de la materia».